" Sierra de Ronda. Mi pueblo está allí, en
el
extremo levante de una vertiente meridional,
anidado
como un aguilucho sobre lo alto de un
avanzado peñón,
mirando de frente eternamente
los escarpes de África,
sobre el Estrecho,
percibiendo en su costado el alentar
del mar interior
que muge dulcemente durante los días de
calma
y que brama revolviéndolo turbio
cuando
siente su lomo azotado.
El paraje que lo circuanda es
un mundo de rocas partidas
y de gargantas hondas, de
aguas ariscas
y de grietas fértiles.
Mi
pueblo, por su casco (de este modo lo llaman
sus
habitantes), se asienta milenariamente
sobre el nido
atalaya de una alta peña de la Serranía
como un
aguilucho inmovilizado
a quien el viento sigiloso
arranca y esparce el plumaje
mirando de frente con ojos
nostálgicos más allá del Arroyo Grande,
que dijo
Abuberk, al Estrecho de Tarifa,
las rutas de piedras
afiladas como puñales
por las que fueron a la
emigración nuestros hermanos,
los desterrados moriscos.
[...]"